TIERRA DE PROMISION
JOSÉ EUSTASIO RIVERA
Valoración humanístico-semiotico
Prólogo
La caída
Metaforizado en río, el Poeta desciende del Universo para nacer en un lugar de la Tierra. Cae de las alturas sagradas a las profundidades de lo profano. Un expulsado del Paraíso Terrenal. Al final del soneto, solo purificando sus aguas, vendrá una estrella a rescatarlo de su caída.

Soy un grávido río, y a la luz meridiana
ruedo bajo los ámbitos reflejando el paisaje;
y en el hondo murmullo de mi audaz oleaje
se oye la voz solemne de la selva lejana.
Flota el sol entre el nimbo de mi espuma liviana;
y peinando en los vientos el sonoro plumaje,
en las tardes un águila triunfadora y salvaje
vuela sobre mis tumbos encendidos en grana.
Turbio de pesadumbre y anchuroso y profundo,
al pasar ante el monte que en las nubes descuella
con mi trueno espumante sus contornos inundo;
y después, remansado bajo plácidas frondas,
purifico mis aguas esperando una estrella
que vendrá de los cielos a bogar en mis ondas.
Primera Parte
El río
Como Dante, Rivera construye el poemario sobre el número tres: Río, Montaña, Llanura.Y, como en Dante, para ascender a la sacralidad, debe superar el infierno metaforizado con el río.
La misma aventura iniciática de Rimbaud en "Una temporada en el Infierno". Olvidar el pasado, explorar el interior presente, para llegar al conocimiento de la verdad.
"Y llegué a la orilla de un río,
donde un viejo barquero me esperaba,
con ojos de fuego y un semblante airado.
Este es Caronte, el que lleva las almas
al otro lado del río, en su barca negra.
Ycuando me vio, me dijo con voz de trueno:
'¿Quién eres tú, que vienes a este lugar,
donde no se puede ir sin ser llamado?'
Y yo le respondí: 'Soy un viajero,que busco el camino de la verdad y la virtud.'
Y él me dijo: 'Si buscas el camino de la verdad,
debes cruzar este río, que es el Aqueronte.
Pero antes debes pagar el precio de la muerte,
y dejar atrás tus deseos y tus pasiones.'
Dante Divina Comedia(Canto III,
Actuando como su propio Caronte, navega sobre el río. Apoyado en el remo se dirige al vacío. Ya no se guía por la luz natural de la luna, sino por la artificial de una lámpara situada en la prora.

Esta noche el paisaje soñador se niquela
con la blanda caricia de la lumbre lunar;
en el monte hay cocuyos, y mi balsa que riela
va borrando luceros sobre el agua estelar.
El fogón de la prora con su alegre candela
me enciende en oro trémulo como a un dios tutelar;
y unos indios desnudos, con curiosa cautela,
van corriendo en la playa para verme pasar.
Apoyado en el remo, avizoro el vacío,
y la luna prolonga mi silueta en el río;
me contemplan los cielos, y del agua al rumor
alzo tristes cantares en la noche perpleja,
y a la voz del bambuco que en la sombra se aleja,
la montaña responde con un vago clamor.
Encuentra el infierno poblado de víctimas y victimarios. Mientras una garza devora a un pez nacarino, un caimán la acecha furtivamente para devorarla.
En sus plumas de raso se abrillanta el rocío;
y después, cuando escruta, maliciosa, el paraje,
alargando su cuello sobre el limpio oleaje,
clava, inquieta, los ojos en el fondo sombrío.
Es un pez nacarino que irisándose juega
en la diáfana linfa del remanso callado;
la enemiga acechante los plumones despliega,
con asalto certero del cristal lo arrebata,
y se eleva oprimiendo con el pico rosado
un estuche de carne guarnecido de plata
......................
Cerca del ancho río que murmura,
en las arenas que el cenit rescalda
vela el caimán, cuya rugosa espalda
parece cordillera en miniatura.
Viendo nadar sobre la linfa pura
lustroso pato de plumaje gualda,
como túrbido grano de esmeralda
agranda el ojo entre la cuenca dura.
Pérfidamente sumergido un rato
en la líquida sombra, de repente
aprietan sus mandíbulas al pato;
Nota: Se fusionan los sonetos II y III para crear este cuadro

Un indio, inmerso en la selva malsana, lucha contra una pantera surgida en la sombra. Condenado a la violencia para no sucumbir en la violencia.

Cuando ya su piragua los raudales remonta,
brinca el indio, y entrando por la selva malsana,
lleva al pecho un carrizo con veneno de iguana
y el carcaj en el hombro con venablos de chonta.
Solitario, de noche, los jarales trasmonta;
rinde boas horrendos con la recia macana,
y, cayendo al salado, por la trocha cercana
oye ruido de pasos... y al acecho se apronta.
Ante el ágil relámpago de una piel de pantera,
ve vibrar en lo oscuro, cual sonoro cordaje,
los tupidos bejucos de feroz madriguera;
y al sentir que una zarpa las achiras descombra,
lanza el dardo, y en medio de la brega salvaje
surge el pávido anuncio de un silbido en la sombra.
Poseído por la urgencia sexual, depreda a una indiecita llamada Riguey. La degrada gracias a la complicidad de un indio ladino.
Por saciar los ardores de mi sangre liviana
y alegrar la penumbra del vetusto caney,
un indio malicioso me ha traído una indiana
de senos florecidos, que se llama Riguey.
Sueltan sus desnudeces ondas de mejorana;
siempre el rostro me oculta por atávica ley,
y al sentir mis caricias apremiantes, se afana
por clavarme las uñas de rosado carey.
Hace luna. La fuente habla del himeneo.
La indiecita solloza presa de mi deseo,
y los hombros me muerde con salvaje crueldad.
Pobre... ¡Ya me agasaja! Es mi lecho un andamio.
mas la brisa y la noche cantan mi epitalamio
y la montaña púber huele a virginidad.

Sutil mariposa revuela en el monte, fundida en la Natura sin proyectar sombras. Alusión al budismo, una consciencia liberada de lo ilusorio no proyecta sombras.

Persiguiendo el perfume de risueño retiro,
la fugaz mariposa por el monte revuela,
y en los aires enciende sutilísima estela
con sus pétalos tenues de cambiante Zafiro.
En la ronda versátil de su trémulo giro
esclarece las grutas como azul lentejuela;
y al flotar en la lumbre que en los ámbitos riela,
vibra el sol y en la brisa se difunde un suspiro.
Al rumor de las lianas y al vaivén de las quinas,
resplandece en la fronda de las altas colinas,
polvoreando de plata la florida arboleda;
y gloriosa en el brillo de sus luces triunfales,
sobre el limpio remanso de serenos cristales
pasa, sin hacer sombra, con sus alas de seda.
Intenta consubstanciarse con la Naturaleza. Se declara hijo del Monte. Abraza los troncos con profunda emoción. Pero el sol, símbolo de lo sagrado, persiste lejano, solo rayos sobre su cara morena. El mismo drama de Juan Gil

¡Soy un hijo del monte! Por su sitio más fresco
busco, siempre cantando, la sonora colmena;
y en las grutas silentes mi garganta se llena
de panales nectáreos y de almendras de cuesco.
Al salir de las ondas, con placer me adormezco
sobre las hojarascas que mi perro escarmena;
y al través de las ramas, en mi cara morena
pone el sol de la tarde su movible arabesco.
Inspirado en un sueño de ternuras lejanas,
acaricio las flores; me corono de lianas,
y los troncos abrazo con profunda emoción;
que después, cuando a solas mi pensar reconcentro,
busco el premio del monte, y en mi espíritu encuentro,
el retoño florido de una dulce ilusión.
Final de la primera parte
Atmósfera de tristeza. Su ser, que es una luz, se apesadumbra ante la puesta del sol. Su espíritu, metaforizado en luciérnaga, vaga por los montes, se evapora.

Embozado en la sombra se destaca
el farallón: y la espesura inmensa,
al borrarse el crepúsculo, condensa
un rumor perfumado de albahaca.
Algo se muere entre la fronda opaca;
gime el paujil, la guacamaya piensa;
lloran lánguidas voces, y en la densa
quietud, boga un lucero en la resaca.
Rendido ante el dolor de la penumbra,
mi ser, que es una luz, se apesadumbra;
después, con los murientes horizontes
me voy desvaneciendo, me evaporo...
y mi espíritu vaga por los montes
como una gran luciérnaga de oro.
Segunda Parte
La montaña
Primera tentativa de sacralidad. Purificar los sentidos espirituales, elevación apolínea según Nietzsche. Buscar la perfección bajo el control de la razón. Avizorar la armonía y la belleza para fundirse de nuevo en el Universo, hacer Uno con el Todo. Misma símbolo literario de Dante. Igual San Juan de la Cruz quien para superar la noche oscura, asciende al Monte Carmelo.
y cantaré de aquel segundo reino donde el humano espíritu se purga y de subir al cielo se hace digno.
Mas renazca la muerta poesía, oh, santas musas, pues que vuestro soy; . y Calíope un poco se levante,
Dante, Divina Comedia,
Purgatorio. Canto I, Estrofas 2 y 3
Para el ascenso, Rivera puebla estilísticamente el poema con aves y animales ingrávidos. Intención de marcar la ausencia de pesantez; naturaleza del alma, soplo divino de vida.
Metaforizado en cóndor, visualiza una ringlera de picos montañosos. Uno semeja a un Castillo, lugar sagrado, iluminación de la consciencia, comprensión de sí mismo. Lo percibe a la distancia. Hacia allá vuela su pensamiento.

Perfilando sus moles sobre el dombo infinito,
la serena montaña, de dorso colosal, se columbra;
y la triple ringlera de picachos alumbra
con luceros, sus torres de vetusto granito.
De repente los vientos se despiertan al grito
del cóndor, y ofuscando la lejana penumbra,
un volcán, sobre el sueño de los montes, encumbra
su penacho flamante con rumor inaudito.
Mitológico, entonces, al reflejo remoto,
como blanco castillo de opalinas almenas,
un nevado levanta su pináculo ignoto;
y al bruñirlo la luna con temblores de argento,
hacia allá, por encima de las cumbres serenas,
como una nube blonda vuela mi pensamiento.
Frente a lo sagrado en el horizonte, el Poeta-Ciervo, divisa las mágicas luces del sol. El astro está próximo a hundirse en la oscuridad de la noche.

Mágicas luces el ocaso presta
al ventisquero de bruñida albura;
y junto al sol, que en el cristal fulgura,
arbola un ciervo su enramada testa.
Soplo de la cumbre enhiesta
arisco frunce la nariz oscura;
y en su relieve escultural perdura
un lampo róseo de la brava cuesta.
Súbito, en medio del granate vivo,
infla su cuello, bramador y altivo;
con ágil casco las neveras hiende,
y sobre el bloque rutilante y cano,
como la zarza del Horeb, se enciende
su cornamenta en el fulgor lejano.
Antes de perderse detrás de las montañas, el sol extiende su luz granate sobre el horizonte. El ciervo brama. Inquieto, hiende el suelo al percibir la luz solar sobre su cornamenta. Rivera menciona la zarza de Horeb, remembranza del Dios cristiano frente a Moisés.



El cabrón, trágico por sus cercanías con las tragedias griegas. Satánico en la imaginería cristiana. Enemigo de la sacralidad, de la vida. De mal agüero, su risa cínica transmite burla por el fracaso en la aventura iniciática.
Alta roca de vértices agudos
se asoma al precipicio, donde suena
un agua triste y cavernosa, llena
de hojarascas y líquenes menudos.
Disperso cardo de espinosos nudos
con su raíz el peñascal barrena;
y muy abajo, un águila serena
ahuyenta los murciélagos velludos.
No hubo unión con el Todo. El intento apolíneo se frustró. Solo se escucha la risa cínica del Cabrón festejando la derrota.
Ágil, sobre la punta del peñasco,
un cabrón maromero se disloca,
audaz, en el prodigio de su casco;
y mascullando risas de cinismo,
cuando gira en dos patas en la roca
hace temblar su sombra en el abismo.
El águila perínclita, alma del Poeta, sufre de nostalgia por el fracaso. Una ilusión sin prosperar la envilece. El sol parmanece distante. La vida está en otra parte, al frente, cerca, pero no se funde en ella. De nuevo, la oscuridad sobreviene al ocultarse la luz detrás del horizonte.
Destacada en un cielo de turbia lontananza,
con taciturno porte, sobre el peñón sombrío,
un águila perínclita se envilece de hastío,
enamorada ilusa de un sol que no se alcanza.
Ella, que ayer mantuvo con los vientos su alianza,
sabe que todo vuelo sólo encuentra el vacío;
y enferma de horizontes, triste de poderío,
busca en la paz el último sueño de venturanza.
Ante el astro que muere nublando el hemisferio,
siente el heroico impulso de rescatar su imperio;
mas otra vez con grave cansancio de grandeza
el ala perezosa sobre la garra estira,
e irremediablemente desconsolada, mira
que en el azul tedioso la oscuridad bosteza.


Cómo el águila perínclita, la paloma torcaz metaforiza el alma del Poeta. Inmensa tristeza llena el soneto. Reina la soledad, la melancolía, por el intento fallido. Desde la distancia, observa la cumbre cubrirse de silencio y paz. Solo el impulso materno, fuente de toda vida, arrulla con amor a las montañas. Pero se apaga la luz, él continúa expulsado del paraíso.
Nota: Dos cuadros para un mismo soneto
Cantadora sencilla de una gran pesadumbre,
entre ocultos follajes, la paloma torcaz,
acongoja las selvas con su blanda quejumbre,
picoteando arrayanas y pepitas de agraz.
Arrurruúu... canta viendo la primera vislumbre;
y después, por las tardes, al reflejo fugaz,
en la copa del guáimaro que domina la cumbre
ve llenarse las lomas de silencio y de paz.
Entreabiertas las alas que la luz tornasola,
se entristece, la pobre, de encontrarse tan sola;
y esponjado el plumaje como leve capuz,
al impulso materno de sus tiernas entrañas,
amorosa se pone a arrullar las montañas...
y se duermen los montes... y se apaga la luz


Final de la segunda parte.
Mágico final. El Universo se despliega ante sus ojos. La sacralidad vibra en todos los rincones celestiales. El paraíso original brilla con su esplendor. Imposible ignorar ese llamado del absoluto, su ambición eterna. Lo intuye, lo siente, igual si los astros lo callan. Aún expulsado del origen termina la segunda parte del poema.
Nota: Tres cuadros para este soneto. El tercero corresponde a un visión en el desierto de la Tatacoa
En la estrellada noche de vibración tranquila
descorre ante mis ojos sus velos el arcano,
y al giro de los orbes en el cenit lejano
ante mi absorto espíritu la eternidad desfila.
Ávido de la pléyade que en el azul rutila,
sube con ala enorme mi Numen soberano,
y alta de ensueño, y libre del horizonte humano,
mi sien, como una torre, la inmensidad vigila.
Mas no se sacia el alma con la visión del cielo:
cuando en la paz sin límites al Cosmos interpelo,
lo que los astros callan mi corazón lo sabe;
y luego una recóndita nostalgia me consterna
al ver que ese infinito, que en mis pupilas cabe,
es insondable al vuelo de mi ambición eterna.


Tercera Parte
La Llanura
En la tercera parte, Rivera ausculta la elevación dionisíaca. Según Nietzsche, ascenso liberado de la razón, apoyado en la emoción y la intuición, para fundirse en lo natural. Describe la belleza de lo sensual, el erotismo en el sexo, las gratificaciones estéticas de los sentidos físicos: olores, colores, sensaciones. Puebla el poema con animales y personajes fuertes, materiales, indómitos, como los potros.

Después del fracaso en la montaña, desciende a la llanura intérmina, persiste en su búsqueda. Va al encuentro con su infinitud terrenal, el cielo en la tierra. Lo encuentra bañado por una brillante luz, símbolo de sacralidad.
De pie sobre la cúpula del farallón lejano,
mi espíritu con toda la inmensidad confina;
y abriendo al infinito su clámide argentina,
la inspiración se tiende sobre la luz del llano.
Y avanza, y a los giros del vuelo soberano,
del horizonte surgen, en serie paulatina,
palmeras y vacadas, el río, la colina,
y sigue ante mis ojos creciendo el meridiano.
¡Todo lo vi! Y entonces el pensamiento mío
estrecha halló la atmósfera y el ámbito sombrío.
Mas en el propio instante que mi rebelde anhelo
soñó violar los soles silentes de otro mundo,
desde la pampa intérmina vino un viento iracundo
y elevó, con gran ruido, mis dos alas al cielo.
Como poderoso toro, desciende al llano. Lo envuelve la luz solar, sol tan lejano aún. Conmovido, lanza un bramido. Con su aliento, inciensa las novillas de la pampa.
Corneando el fresco matorral, arranca
partidos gajos que al testuz entrega;
y azotando el ijar, la cola juega
como un cordón indócil sobre el anca.
Luego asoma a la altísima barranca,
tiende, lento, los ojos por la vega,
y la humeante nariz de pronto riega
un grato olor en la mañana blanca.
Lo envuelve el sol en su vislumbre de oro;
solemnemente lo contempla el toro.
Y al ver que con gradual prolongamiento
su móvil sombra en el gramal se estampa,
al golpe de un bramido, con su aliento
inciensa las novillas de la pampa.


Vitalidad, fuerza física, vigor, libertad bajo los parámetros de la emoción, los potros se desplazan en impetuosa carrera.
Atropellados, por la pampa suelta,
los raudos potros, en febril disputa,
hacen silbar sobre la sorda ruta
los huracanes en su crin revuelta.
Atrás dejando la llanura envuelta
en polvo, alargan la cerviz enjuta,
y a su carrera retumbante y bruta,
cimbran los pindos y la palma esbelta.
Ya cuando cruzan el austral peñasco,
vibra un relincho por las altas rocas;
entonces paran el triunfante casco,
y a su carrera retumbante y bruta,
y alzando en grupo las cabezas locas
oyen llegar el retrasado viento.
Canta al potro semental, a la sexualidad bendecida por la luz solar. Fuerza vital, emocional, con el triunfo del orgasmo. Se fecunda la pradera, se perpetúa la vida.
El potro semental que se enlozana
de campo y sol, en caluroso brote
lanza a las yeguas del abierto lote
su relincho, triunfal como una diana.
Piafando por la estepa comarcana,
tiende la crin para que el viento flote,
enarca el cuello y al golpear del trote
vibra en el pajonal la resolana.
Radiante el ojo y el ijar convulso,
gallardas curvas en el aire traza
su dócil cola con febril impulso;
y elevando las manos placenteras,
cuando sobre la hembra se adelgaza,
fecunda las olímpicas praderas.


Detrás de la estrella sagrada, sobre un tardo buey, se desplaza hacia el oriente. Se compara con los reyes Magos. Como ellos, él también busca la sacralidad de algún Cristo.
Revestido con púrpuras de ocaso,
voy, bajo un cielo de vibrante domo,
como un rajah, sobre el paciente lomo
de un tardo buey de elefantino paso.
Franjada nube de mullido raso
copia en las charcas su extenuado cromo;
y las llanuras, de color de plomo,
se van muriendo al resplandor escaso.
Del buey solemne el asta inofensiva
con los celajes últimos se aviva;
bórranse las palmeras suplicantes,
y lleno de feliz presentimiento,
como los Magos, en la noche errantes,
hacia la estrella del confín me oriento.
Solitaria y abandonada, la grulla-Poeta se detiene en la inmensidad de la pradera. Desde allí, observa a la distancia el advenimiento de la noche. El sol se oculta, extiende sus rayos como las alas de un águila. Se anuncia el nuevo fracaso.

Viajera que hacia el polo marcó su travesía,
la grulla migratoria revuela entre el celaje;
y en pos de la bandada, que la olvidó en el viaje,
aflige con sus remos la inmensidad sombría.
Sin rumbo, ya cansada, prolonga todavía
sus gritos melancólicos en el hostil paisaje;
y luego, por las ráfagas vencido su plumaje,
desciende a las llanuras donde se apaga el día.
Huérfana, sobre el cámbulo, florido de la vega
se arropa con el ala mientras la noche llega.
Y cuando huyendo al triste murmullo de las hojas
de nuevo cruza el éter azul del horizonte,
tiembla ante el sol, que, trágico, desde la sien del monte,
extiende, como un águila, sus grandes alas rojas.
Con una casa en ruina, compara su nterior. La carcoma la destruye en su totalidad. Le sobrevive un entierro en un oscuro rincón. Fantasmas lastimeros en actitud de rezar. Ninguna posibilidad de alcanzar el absoluto.
La casa, llena de hongos y de esparto,
vetusta rinde el paredón ruinoso;
envejece el portal, y en el verdoso
suelo, persigue arañas el lagarto.
La carcoma termina su reparto;
duerme en la viga un búho silencioso,
y de noche, con eco pavoroso,
muge una vaca lóbrega en un cuarto.
Después arde el entierro... En el oscuro
rincón, la llama azul tiembla en el muro;
pasos entre la sombra... Con lejano
rumor, rezan fantasmas lastimeros...
y cuando el alba eclipsa los luceros,
sale huyendo una niebla por el llano.


Un cementerio, residencia de los muertos en vida. Personas poseídas por el artificio social, sin ningún flujo de lo real. Destaca a unas vacas, símbolo universal de maternidad, calientando tumbas, inyectando vida. mientras sus ojos miran una cruz en el cielo: la sacralidad tan distante.
Escueto y solo, donde el llano empieza,
se tiende el cementerio campesino;
y en la santa penumbra el vespertino
viento, suspira... y la colmena reza.
Nadie viola su mística tristeza,
nadie! Y en el invierno peregrino
se dobla alguna cruz ante el camino
y amanece llorando la maleza.
Ya de noche, unas vacas compasivas,
haciendo misteriosas rogativas,
se echan por calentar las sepulturas;
y, convirtiendo al cielo sus ojazos,
ven una cruz de estrellas, cuyos brazos
se abren sobre las huérfanas llanuras.
Soneto Adicional
La aventura iniciática finaliza en el fracaso. El sol siempre continúa lejano. No tuvo contacto con la otra orilla, fusión con la Naturaleza, con la verdad. Los éxitos sociales suelen ser chatarras para el alma. El desamor, origen de desastre humano.

Loco gaste mi juventud lozana
En subir a la cumbre prometida
Y hoy que llego diviso la salida
Del sol, en otra cumbre más lejana.
Aquí donde la gloria se engalana
Hallo sólo una bruma desteñida;
Y me siento a llorar porque mi vida
Ni del pasado fue… ni del mañana.
¡No haber amado! ¡coronar la altura
Y ver que se engañaba mi locura!
El verde gajo que laurel se nombra
Ya de mis sienes abatidas rueda,
Y aunque el sol busco aún, sólo me queda
Tiempo para bajar hacia la sombra.
.
Notas finales
-
Muchísimos los sonetos escritos por Rivera, pero solo publicó 55 en "Tierra de Promisión"
-
En sus obras literarias, siempre buscó el absoluto, su ambición eterna, sin conseguirlo jamás.
-
De nihilista lo han clasificado algunos críticos por esta razón, señalamiento injusto a mi parecer.
-
Siempre intuyó el sentido de la vida, el absoluto y lo buscó obsesivamente. Opuesto a los nihilistas quienes no le encuentran ningún sentido a la vida.
-
En sus obras literarias (poesía, novela, cuento, teatro), mostró el desamor como el obstáculo mental para insertarse en el ritmo del Universo.
-
Toda su cosmovisión se halla en este soneto el cual no apareción en "Tierra de Promisión"